Racismo

Uno de los males más desagradables de nuestros días es el racismo, la creencia o práctica que ve o trata a ciertos grupos étnicos como inferiores y, por lo tanto, objeto de dominio, discriminación y segregación.

Aunque el pecado del racismo sea un fenómeno antiquísimo basado en la ignorancia, en el miedo, en la alienación y en el falso orgullo, algunas de sus más horribles manifestaciones han ocurrido en nuestro tiempo. El racismo y los prejuicios irracionales actúan en un círculo vicioso. El racismo está entre los peores de los prejuicios arraigados que caracterizan a los seres humanos pecaminosos. Sus consecuencias generalmente son devastadoras, porque el racismo se torna con facilidad en algo permanentemente institucionalizado y legalizado. En sus manifestaciones extremas puede llevar a la persecución sistemática y hasta al genocidio.

La Iglesia Adventista condena todas las formas de racismo, inclusive la actuación política del apartheid, con su segregación forzada y discriminación legalizada.

Los adventistas quieren ser fieles al ministerio reconciliador designado a la iglesia cristiana. Como una comunidad mundial de fe, la Iglesia Adventista desea testificar y exhibir en sus propias hileras la unidad y el amor que trascienden las diferencias raciales y sobrepujan la alienación del pasado entre los pueblos.

Las Escrituras enseñan claramente que todas las personas fueron creadas a imagen de Dios, que “de un solo linaje hizo toda la raza humana para habitar sobre toda la faz de la Tierra” (Hech. 17:26). La discriminación racial es una ofensa contra los seres humanos iguales, creados a imagen de Dios. En Cristo, “no hay judío ni griego” (Gál. 3:28). Por lo tanto, el racismo es realmente una herejía y en esencia una forma de idolatría, pues limita la paternidad de Dios, negando la hermandad de toda la especie humana y exaltando la superioridad racial de algunos.

La norma para los adventistas está reconocida en la Creencia Fundamental Nº14 de la iglesia, “La unidad en el Cuerpo de Cristo”, basada en la Biblia. En ella se destaca: “En Cristo somos una nueva creación. Las distinciones de raza, cultura y nacionalidad, y diferencias entre altos y bajos, ricos y pobres, hombres y mujeres, no deben ser motivo de disensiones entre nosotros. Todos somos iguales en Cristo, el cual por un solo Espíritu nos unió en una comunión con él y unos con otros. Debemos servir y ser servidos sin parcialidad o restricción”. Cualquier otro abordaje destruye la esencia del evangelio cristiano.

Esta declaración fue presentada por Neal C. Wilson, entonces presidente de la Asociación General, después de una consulta con los 16 vicepresidentes mundiales de la Iglesia Adventista, el 27 de junio de 1985, durante el Congreso de la Asociación General realizado en Nueva Orleans, Louisiana.

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